Ciclo Jóvenes Pianistas I: Norah Wanton (Concierto Inaugural de Temporada)
Concierto 1083 | Apertura de temporada en el patio del Excmo. Ayuntamiento de Granada.
Norah Wanton (pianista)
Entrega de Insignias y Distinciones
Socio de Honor: Antonio de Haro Ortega (primer presidente de Juventudes Musicales Granada)
Entrada preferente para socios de Juventudes Musicales.
Entrada libre hasta completar aforo.
PROGRAMA
PRIMERA PARTE
L. van Beethoven (1770-1827)
Sonata para piano en re menor, Op. 31, No. 2, «La Tempestad»
SEGUNDA PARTE
F. Chopin (1810-1849)
Preludio en mi bemol mayor, Op. 45
Preludio en re bemol mayor, Op. 28, No. 15
Fantasía-Impromptu en do sostenido menor, Op. 66
Nocturno en mi bemol mayor, Op. 15, No. 1
Balada No. 1 en sol menor, Op. 23
BEETHOVEN Y CHOPIN. Desde el presagio del Romanticismo hasta su conquista total.
La conexión entre el Beethoven de la etapa «heroica» y Chopin no reside únicamente en la proximidad temporal, sino en un enfoque compartido hacia la expresión individual y la expansión de los límites del piano como medio artístico, dos características vitales para comprender el Romanticismo musical. Beethoven, con su audacia y su capacidad para transformar la forma sonata en un espacio de exploración emocional y filosófica, allana el camino para la generación de compositores románticos, entre los cuales Chopin brilla con una voz única, llevando esta búsqueda introspectiva a un terreno más íntimo y lírico, y cultivando un estilo donde la melodía, el ritmo y la armonía se entrelazan para evocar un mundo de sensaciones y emociones que trascienden las palabras. Romanticismo puro.
La Sonata para piano en re menor, Op. 31, No. 2, «La Tempestad», de Beethoven, abre el concierto con un carácter profundamente dramático y evocador. Compuesta entre 1801 y 1802, esta obra surge en un periodo crucial para Beethoven, que la musicología ha dado en llamar período o etapa «heroica», marcado por la creciente conciencia de su sordera y una búsqueda renovada de su propia voz artística; el héroe es el compositor que muestra al mundo lo más profundo de sus entrañas, alejándose de la composición solicitada y exigida por mecenas aristócratas. La sonata parece absorber esta tensión existencial, y su apodo, «La Tempestad», inspirado supuestamente en una alusión de Beethoven a la obra homónima de Shakespeare, nos sugiere un clima de conflicto y transformación. Desde los primeros compases del allegro inicial, se mueve entre la inquietud y el suspense, con un uso magistral del silencio y de contrastes dinámicos y armónicos que sugieren tanto la fragilidad como la fuerza. De estos abruptos contrastes, denominados «el autoboicot beethoveniano» por algunas musicólogas como M. Hervás Muñoz, surge el camino del héroe, al más puro estilo de la Modernidad recién estrenada: la lucha incansable superando los más despiadados obstáculos para alcanzar el triunfo final. El genio de Bonn rompe para ello, con la forma tradicional —como hará con más ímpetu en su Tercera sinfonía—, al crear un movimiento que no se desarrolla de manera lineal, sino que fluctúa entre momentos de introspección y explosión, presagiando muchas de las innovaciones del Romanticismo.
En conexión con este espíritu de exploración emocional y ruptura de las convenciones, las obras de Chopin que siguen en este programa revelan otra faceta del Romanticismo: la intimidad, la sensibilidad melódica y la sofisticación armónica. Chopin, en su música, despliega un universo donde lo personal y lo poético se fusionan, y donde el piano se convierte en una extensión de la voz humana, como ya habíamos comentado en notas previas. El Preludio en mi bemol mayor, Op. 45, muestra precisamente esa cualidad: una improvisación lírica y rica en modulaciones armónicas que trascienden la estructura convencional del preludio; ya no estamos ante la pieza que servirá como introducción a una obra mayor en un concierto, sino que el preludio se extiende a una dimensión más profunda y meditativa. Aquí, Chopin nos invita a una experiencia sensorial, una especie de improvisación controlada que refleja su maestría en el arte del detalle sonoro.
Esta idea de lo poético y lo efímero continúa con el Preludio en re bemol mayor, Op. 28, No. 15, conocido popularmente como el «Preludio de la Gota de Lluvia». Con su característico ostinato en la mano izquierda, sugiere la imagen de una lluvia persistente y nostálgica. Sin embargo, más allá de su título evocador, lo que destaca es la manera en la que Chopin juega con la repetición y la variación, creando un paisaje emocional que oscila entre la calma y la inquietud. Es un microcosmos de la dualidad romántica: la serenidad y la tormenta coexisten, recordándonos ese «autoboicot» que decíamos de la sonata de Beethoven.
La Fantasía-Impromptu en do sostenido menor, Op. 66, captura la esencia misma del virtuosismo y la inventiva de Chopin. Escrita en 1834 pero publicada póstumamente, esta pieza es una amalgama de energía rítmica y lirismo melódico. El carácter improvisatorio y la estructura impulsiva del impromptu dialogan indirectamente con la sonata de Beethoven; ambas obras comparten una libertad expresiva que trasciende los límites formales. En la sección central de la obra, el torrente de notas se aquieta, dando lugar a una melodía lírica que se contrapone dramáticamente con la agitación inicial, ofreciendo un respiro de dulzura y nostalgia.
Este sentido de contraste y expresión profunda continúa con el Nocturno en mi bemol mayor, Op. 15, No. 1, que destaca por su carácter lírico y su delicada ornamentación. Los nocturnos de Chopin, influenciados por el estilo cantabile del bel canto italiano, son verdaderos estudios de la belleza melódica. Aquí, la música se despliega con una calma serena al principio, pero no tarda en introducir un elemento dramático y apasionado en su sección media, donde la simplicidad se transforma en un clímax de intensidad emocional. Esta obra, como muchas otras de Chopin, refleja su habilidad para capturar la fugacidad del sentimiento, una cualidad también presente en las zonas más reflexivas de la composición beethoveniana.
Por último, la Balada No. 1 en sol menor, Op. 23 cierra el programa con una narrativa musical que, combinando lo épico y lo personal, resume perfectamente las cualidades esenciales de las piezas que la han antecedido. Considerada por muchos como una de las más grandes composiciones de Chopin, posee una estructura libre y expansiva, en la que la tensión armónica y melódica se despliega con una intensidad casi narrativa. La balada, más que una simple forma musical, se convierte aquí en un poema sonoro que relata un viaje emocional que va más allá de lo puramente decorativo u ornamental para adentrarse en una exploración de la pasión y de la lucha.
Este concierto, pues, no solo ofrece una ventana al genio de dos grandes compositores, sino que también invita al público a reflexionar sobre la evolución del piano como un instrumento de expresión emocional pura, desde los albores del Romanticismo hasta la consagración del mismo. Beethoven y Chopin, cada uno a su manera, nos demuestran que la música puede ser tanto un reflejo del alma como una ventana hacia lo infinito, conectando lo humano con lo sublime y mostrándonos la vigencia de la estética romántica aún en estos tiempos de postmodernidad.
Alfonso Fernández López
Prensa y Comunicación
ORGANIZACIÓN Y COLABORACIÓN
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